Lo de hoy va también de hipócritas y caraduras.
Siempre me ha llamado la atención la desvergüenza con la que los izquierdistas aplican la solidaridad.
Da igual que sean progres caviar, como los que han fletado la flotilla del despelote, o zarrapastrosos proetarras, de los que atacan la Vuelta a España. Todos aplican la compasión, la empatía y la humanidad a la carta.
Y ahí los tienes, enarbolando histéricas banderas palestinas por el Mediterráneo o atacando feroces con ellas a los ciclistas, pero de los otros temas, ni mus.
Entiendo que no se manifiesten por los 60.000 cristianos asesinados en África en el último lustro, porque estos creen en cualquier cosa menos en Dios.
O que se las traigan al fresco los 200.000 desventurados muertos en Sudán en el mismo periodo, porque son muy negros. Incluso los 900 ejecutados en lo que va de año, aunque entre los condenados vaya un buen puñado de gays.
Pero podían haberse movilizado un poco, hecho alguna declaración o firmado un comunicado en favor de todas esas mujeres que han muerto como chinches en Afganistán, porque los talibanes ni las dejan salir de casa y quedaron atrapadas bajo los cascotes durante el terremoto y a las que se rescata —llegado el caso— siempre en último lugar.
Y cuando emergen tullidas de los cascotes, no se las atiende porque la moral no permite que actúen médicos varones, que son casi los únicos que hay, porque a las féminas se les prohibe hasta estudiar.
No les voy a dar más la lata, ni a enumerar más ejemplos.
Sólo quiero subrayar que la hipocresía de Ada Colau y Greta Thunberg, que jamás han tenido una palabra para las 300 chavalas israelíes masacradas en el aquelarre del 7 de octubre —50 de ellas violadas en grupo y torturadas antes por grupos de terroristas—, no es esencialmente distinta de la del Gobierno Sánchez y la mayoría de sus compinches parlamentarios.
¡Con estos bueyes hay que arar!